Si eres un hombre de mediana edad o más y sientes dolor después de realizar un enorme esfuerzo debes tener cuidado. ¿Qué es la hernia discal? Se produce cuando un disco intervertebral se degenera y deteriora. Esto hace que el núcleo interno pueda filtrarse hacia una parte debilitada situada en la zona externa del disco, causando el daño de esta lesión.
Y es que el punto débil del citado núcleo está debajo de la raíz nerviosa raquídea. Esto significa que una hernia en esta zona ejercerá presión directa sobre los nervios cercanos o la médula espinal. Las vértebras de la columna están separadas por discos que amortiguan los movimientos y dejan espacio entre las vértebras. Así posibilitan que las personas puedan realizar acciones tan cotidianas como agacharse o estirarse.
Igualmente, las vértebras de la columna protegen la médula espinal que procede del cerebro y baja por la espalda hasta la región lumbar. En este contexto, los discos cumplen una función muy importante de amortiguación y reparto de cargas. Por lo tanto, cualquier afección de los mismos puede terminar siendo muy grave si no se trata con rapidez. La principal característica de esta afección es que el disco puede desplazarse de su sitio. Esto es, puede romperse o herniarse tras una lesión o esfuerzo, con el consiguiente dolor que conllevará. Por norma general, las hernias discales se localizan en la zona lumbar, aunque también pueden darse en el cuello.
Los síntomas de la hernia discal
Una vez conocido qué es la hernia discal, hay que saber qué síntomas tiene. La primera señal es la aparición del dolor, que puede ser más grave si además existe entumecimiento. Esta sensación dolorosa puede producirse de repente o anunciarse con una sensación de desgarro o chasquido en la columna. Si el dolor empieza poco a poco puede empeorar con una acción tan simple como estornudar o reírse. La debilidad es otro síntoma de esta dolencia.
Existen tres grados de afección específica. La protrusión discal que sería el primer estadio, la hernia discal y la extrusión discal. Esta última es la más grave y supone, casi con total seguridad, la rotura del ligamento vertebral común posterior. Los tratamientos pueden ir desde sesiones de fisioterapia hasta la operación quirúrgica.
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