Seguro que te ha pasado innumerables veces. Ruborizarse es algo natural en el ser humano. Quizá a la hora de hablar en público, de perder los nervios o de tratar de intimar con otra persona llega el momento de preguntarse por qué me pongo rojo. Como dato, es algo que afecta más a las mujeres que a los hombres.
Son muchas las situaciones que pueden llevar a una persona a ruborizarse, sobre todo a lo largo de la edad del pavo. Esa franja que arranca sobre los 12 años y que te lleva a la adolescencia. Pero ojo, los rostros coloreados te acompañarán el resto de tu vida, si bien con la madurez se es más capaz de controlarlo.
Es importante saber que ponerse rojo no es sólo cosa de tímidos, sino una respuesta fisiológica y habitual que aparece de manera súbita y difícilmente controlable. Las terminaciones nerviosas y vasos sanguíneos se dilatan cuando nos alteramos, ya sea por vergüenza o enfado repentino.
Remedio y ventajas del rubor
De ponerse rojo a la eritrofobia. Si el simple rubor se convierte en algo demasiado frecuente hasta el punto de obsesionarse, la persona en cuestión puede llegar a desarrollar esta cuestión psicológica.
Como última opción, los médicos pueden recomendar una intervención quirúrgica llamada simpatectomía endoscópica torácica. Es la misma que practica para poner fin a la hiperhidrosis. Dicha operación consiste en cortar los nervios simpáticos que se encargan de controlar la sudoración.
Por último, es necesario que las personas que tienden a mostrar el rubor en exceso sepan que esto también conlleva algunas ventajas. Los seres humanos tendemos a percibir a los ruborizados como alguien más empático y digno de confianza. En este sentido, es posible que incluso quien tenga que juzgarnos por algo que hemos hecho, lo haga de manera más leve al percibir un mayor arrepentimiento y preocupación.
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